Corría el año 1999 cuando la impactante visión de Batman, firmada por Tim Burton, sacudió mi mundo y encendió la chispa creativa: quise tener mi propio héroe, uno que vibrara con mi imaginación. La afición por los cómics me acompaña desde los cinco años, y a los trece la imaginación ya no me cabía en el pecho. Sin embargo, la ausencia de cómics locales en ese entonces hacía difícil hallar un modelo— mi único recurso era la televisión.
Fue entonces cuando conocí Locke, el Superman del espacio, una película anime protagonizada por un agente secreto que parecía un chico de quince años. Ese toque adolescente, con su trama de acción y romance, resonó profundamente conmigo y se transformó en uno de los cimientos de lo que hoy conocemos como Black.
Tomé esa inspiración y la mezclé con otros iconos: el espíritu gótico de Batman (Tim Burton), la estética futurista de Robotech, el peinado de Rick Hunter, la irreverencia de las Tortugas Ninja y la épica de Star Wars. El traje, negro como la noche, nació de la necesidad de un héroe nocturno, sigiloso y enigmático. Elegí un nombre corto, potente y memorable: Black.
En su primera encarnación, Xainds Leonards vivía en un futuro lejano, huía tras el asesinato de sus padres y, tras caer desde su ventana hacia una piscina, era rescatado por una criatura misteriosa que lo criaba en las alcantarillas. Allí, en silencio y en sombras, aprendía a usar los poderes de su mente, para luego salir —vestido de negro y armado— a cobrar justicia con una pistola.
Esta versión debutó en 1990, plasmada en un cuaderno que circuló entre mis amigos de primero medio. Black era entonces un justiciero despiadado, vestido de negro para mimetizarse con la noche y castigar sin piedad. Solo alcanzó a tener tres números, antes de congelarse en el tiempo. Aún así, el dibujo y la idea siguieron en mi mente.
Tiempo después, participé en el concurso “Historietistas al 2000” de la revista Bandido. No gané, pero al menos fui mencionado, con Xainds saludando desde el borde del recuento: “Hasta la vista, baby.”
El mundo comiquero chileno despertaba. "Diablo, Caída de la razón" avivó la esperanza de publicar localmente. Al mismo tiempo, la fiebre del anime se expandía con Akira en cines y Saint Seiya en televisión. Los fanzines florecieron, hechos fotocopias con alma y pasión. Supe que era el momento: Black debía ver la luz.
El giro decisivo llegó con el descubrimiento de Video Girl Ai. Su manera de entrelazar sentimientos y dinámicas visuales, de jugar con viñetas, fue reveladora. Combiné la melancolía romántica del chico que no puede amar con el universo superheroico, y nació Black: esclavo del poder. Le imprimí una estructura en temporadas (gracias a la influencia televisiva de Buffy, la cazavampiros y la sensibilidad narrativa de Neil Gaiman, J. M. DeMatteis y Keith Giffen).
Así surgió, en julio de 1999, la línea narrativa del Black actual: siete números de Esclavo del poder (formato fanzine, B/N, 32 páginas los seis primeros, 48 el último), circulando entre Concepción y Santiago hasta agosto de 2001. Una época llena de anécdotas: Claudia, la chica soñada de Eric, originalmente iba a ser el personaje popular femenino, pero terminó convertida en bruja — Inés, la prima tímida, conquistó el corazón del público. También convocamos a amigos de Concepción y Valdivia para dibujar páginas del número 4, “Una mujer con alas de mariposa”, resultando en un collage gráfico onírico y desafiante.
Luego vino la saga Purificación (números 8 al 10), entre junio y agosto de 2002: una búsqueda por cerrar cabos sueltos de Esclavo del poder. Lamentablemente, los retrasos y giros argumentales frenaron su avance, y la serie quedó inconclusa. Aún así, durante doce años seguí alimentando la esperanza de retomar a Black y ofrecerle un cierre digno.
Finalmente, en 2011, nuevas ideas emergieron y le permitieron a Black renacer de las cenizas. Hoy está aquí, vivo y en constante evolución… y espero que siga acompañado por tiempo.