Cada creador sueña con que su obra sea comprendida y valorada. Sin embargo, una vez que una historieta, un libro o una ilustración sale a la luz, ya no le pertenece por completo al autor: pasa a ser del público. Esta verdad, tan dura como liberadora, es la que quiero explorar hoy a través de una pequeña historia.
La historia de Juanito, el autor
Imaginemos a Juanito, un dibujante apasionado. Durante tres largos meses se dedicó a su página, cuidando cada trazo, cada sombra, cada detalle. Finalmente la terminó y, con orgullo, la mostró a sus amigos y conocidos. Su esperanza era recibir reconocimiento, quizá un “qué gran trabajo” o, al menos, un interés genuino por lo que había creado.
Pero la realidad fue otra. Muchos de sus cercanos la miraron solo por compromiso, sin mayor entusiasmo. Otros, en cambio, la observaron con distancia, como simples lectores, sin importarles el sacrificio que había detrás. Entonces Juanito entendió algo doloroso: por más esfuerzo que él hubiese puesto en su obra, nadie estaba obligado a amarla de la misma manera.
Ese último grupo es, en realidad, el verdadero juez. Porque no tienen compromisos con el creador; simplemente reaccionan desde la sinceridad. Pueden rechazar, ignorar o abrazar la obra con entusiasmo. Y esa reacción, tan impredecible, es lo que convierte al arte en un acto vivo: porque se completa en la mirada del otro.
¿Y tú qué piensas? Espero tu comentario.